Recuerda...

"La inspiración existe, pero ha de encontrarse trabajando"

lunes, 30 de enero de 2012

Capitulo 2

Capítulo 2
BAJARON despacio por las escaleras, con la cabeza doblada hacia adelante y la barbilla literalmente hundida en el pecho. Ni siquiera salieron al patio. No querían responder a las preguntas de los demás. Bastante mal se sentían. Acabaron sentándose en el último escalón, con la moral por los suelos.
— No es mal tío -reconoció Adela.
— Se enrolla bien, sí -estuvo de acuerdo Nico.
— Es el mejor profe del cole, aunque sea el de mates -dijo Luc.
— Claro, por eso los demás van a por él -asintió Adela-. Es joven, guaperas, lleva el pelo largo, tiene ideas progres… Ya veis, él mismo lo ha dicho: hasta el director quiere cargárselo.
— ¿Tú crees que se puede echar a un profe porque tres alumnos la fastidien? -vaciló Nico.

— Yo, de esos -abarcó el mundo en general, el de los mayores, aunque se refería estrictamente a los maestros del centro-, me lo creo todo.
— Sí, en el fondo debe ser como lo de esas películas americanas -calculó Luc-. Si no vendes tanto o si no llegas a unas cifras o si eres el último del cupo y cosas así, a la calle.
— Pues vaya -suspiró aún más desmoralizada Adela.
— ¿Y qué quieres que hagamos, que de pronto nos volvamos genios de las mates? -lo expuso como un imposible Nico.
— A lo mejor si esta noche…
— Vamos, Adela, no sueñes.
— Sí, seamos realistas, ¿vale?
Se sumieron en un nuevo, espeso y denso silencio. Pocas veces se habían sentido más solos. El mundo entero contra ellos. Había alumnos que con sólo leer una cosa se la sabían, mientras que otros ni estudiándola cinco horas y pegándose los párpados a la frente con cinta adhesiva. Había alumnos que miraban un problema y sabían qué hacer exactamente. Para ellos era un galimatías sin sentido en la mayoría de las ocasiones.
Los profesores iban saliendo de la sala en la que se reunían para tomar café y fumar, porque todos fumaban. Mucho decir que era malo, pero ellos… ¡colgados del vicio! Los estudiaron uno a uno teniendo muy presente a Felipe Romero.
— El Bruno lo odia -dijo Adela-. Desde que tuvo que cambiar su clase con la de él, no lo puede ver.
— La Jacinta ni en pintura. Dice que está loco por la forma que tiene de ser, de vestir y de hablar -expuso Nico-. Pero quién sabe, a lo mejor lo que le pasa es que está enamorada de él en secreto.
— Eres un romántico -se burló Luc. Y continuó él-: La Amalia no digamos, con lo adicta que es de las normas, del plan de estudios, del libro, de no cambiar nada.
— No sólo le odian algunos profes -recordó Adela-. Su ex novia también, ¿recordáis? Y el Palmiro.

El año anterior, Felipe Romero y Marta Luz, la de sociales, habían estado enrollados. Ella consiguió plaza en un centro mejor y, cuando él le dijo que prefería quedarse en el que estaba y no pedir ningún cambio aunque podía, Marta le gritó que estaba loco por escoger el colegio y no a ella, así que lo plantó llamándole monstruo y otras lindezas. En parte eso justificaba mucho al profe de mates. Los quería. Para él, aquél era «su» colegio. Lo del Palmiro era otra cosa. Se trataba de un alumno de lo más bruto, siempre metido en líos, detenido ya dos o tres veces por la policía por robar cosas y uno de los peores elementos «disruptores» -como los llamaban los profes- del centro. Cuando el Fepe lo suspendió, amenazó con pincharle las ruedas del coche, hacerle pintadas en su casa y también algo peor-, aseguró que un día le caería encima un andamio y no sabría de dónde.
— Dicen que ser periodista y profe es de lo más duro -proclamó Luc.
— Sí, la mayoría están de psiquiatra -afirmó Nico.
— Entonces, ¿por qué deben serlo? -se preguntó Adela.
— Por masocas, seguro -sonrió por primera vez Luc.
— Les va la marcha -le secundó Nico.
— Tuvieron una infancia difícil y ahora quieren vengarse -hizo lo propio Adela.
No estaban muy seguros de lo que decían, pero se sintieron confortados por sus teorías.
— Ya es la hora -volvió a la dura realidad Nico.
— No quiero aguantar las preguntas de los demás, volvamos a clase -propuso Adela.
— Qué remedio -exclamó Luc.
Se levantaron, pero no fueron por las escaleras hacia arriba. Sin decir nada caminaron en dirección a los lavabos de la planta baja envueltos de nuevo en su silencio. En su trayecto pasaron cerca del despacho del director, Mariano Fernández. Hasta ellos llegaron unas voces.
Aminoraron el paso.
Una era la del profe de mates. La otra pertenecía al propio director del centro.
— ¡No, Romero, no! ¡Lo siento! ¡Es mi última palabra! -decía Mariano Fernández.
— No puede hacerlo, ¿es que no se da cuenta? -insistía Felipe Romero.
— ¿Que no puedo? ¡No sabe hasta dónde soy capaz de llegar yo! ¡Las cosas son así!
— Pero no es justo.
— ¡Romero, ésta no es su guerra! ¡Le juro que…!


Estaban como hipnotizados, pendientes de aquella insólita discusión, ¿o cabía llamarla pelea? Tenían los pies pegados al suelo. Lo malo fue que en ese momentó aparecieron dos profesores por el pasillo, y ellos estaban en zona peligrosa. A los aledaños del despacho de dirección y la sala de profesores los llamaban «las arenas movedizas». Cualquier profe podía salir y pegar un grito sin más, o cargárselas por algo. Tuvieron que reaccionar.
Se apartaron del lugar en que podían oír las palabras de los dos hombres. A toda prisa.
— ¡Jo! -pronunció Adela su expresión más habitual.
— Pobre Fepe -alucinó Nico.
— Y el diré, ¿de qué va? -se extrañó Luc.
— ¿Sabéis lo que más me asusta? -dijo Nico.
— No, ¿qué? -se interesó Adela.
— Que todo el mundo dice que cuando crezcamos y seamos mayores y maduremos y todo ese rollo… seremos como ellos -suspiró Nico.
Se observaron con aprensión. Unos segundos.
— No -acabó poniendo cara de asco Adela-. Yo no creo.
— Ni yo -movió la cabeza de arriba abajo Luc-.
Nosotros no.
— Bueno -Nico se encogió de hombros.

Después de todo, faltaba una eternidad para eso.
Y antes, al día siguiente, estaba el dichoso, odiado, preocupante y funesto examen de matemáticas.
Eso sí era real.





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