Capítulo 12
(1 x 11 x 111 x 1.111 x
11.111 -15.072.415.929)
¿DÓNDE está esa calle? -preguntó Luc al ver que Adela tomaba el
mando del grupo.
— Cerca. Yo la conozco -dijo ella-. Mi prima vive al lado.
— ¿No podemos coger un taxi? -protestó Nico.
— ¿Tienes dinero? -alzó las cejas Luc.
— ¿Yo? ¡Sí, hombre!
— Pues entonces… -se resignó Luc.
— Tomaremos el tranvía de San Fernando -dijo Adela.
— ¿Qué tranvía es ése? Y además, aquí no hay tranvías -frunció el ceño
Nico.
— ¡Ja, qué graciosa! -hizo una mueca el burlado.
— ¿De dónde has sacado eso? -la secundó en su risa Luc.
— Mi abuelo. Es un pozo de frases, dichos y refranes. Me encanta
escucharle.
— Qué suerte tienes -Luc bajó la cabeza-. Mi abuelo paterno murió
siendo yo un crío, y el padre de mi madre vive en el otro extremo de España,
así que… unos días en verano y poco más.
— A mí me encantan mis abuelos -confesó Adela.
— Y a mí los míos, sobre todo el materno -se apuntó a la conversación
Nico ya recuperado-. Como fue músico en su juventud, cuenta cada batallita que
es para mearse.
— Fino -rezongó ella.
— Usted perdone -puso cara de extrema exquisitez Nico.
— Eh -los detuvo Luc-. ¿Creéis que todos los problemas y las pistas
serán tan sencillos como hasta ahora?
— ¿Sencillos? -le demostró no estar nada de acuerdo Nico-. ¡Ahora me
dirás que lo de las cajas del comienzo era sencillo!
— Pues anda que lo del jeroglífico… -asintió Adela-. Y la pista de la
calle del profe…
— Para lo burros que somos nosotros en mates, haber resuelto ya tres
problemas es mucho, así que deben ser sencillos -justificó su comentario Luc.
— Tranquilo, que ya habrá alguna jugarreta -sentenció Adela.
— ¿Tú crees? -se inquietó Nico-. El Fepe parecía querer ayudarnos.
— Pero no nos lo iba a poner fácil, seguro -insistió Adela.
— Bueno, ¿y si dejamos de hablar y corremos un poco? Porque a este
paso no llegamos -propuso Luc.
Incluso Nico, que era enemigo de las carreras, comprendió que su amigo
llevaba razón. Forzaron la máquina y se pusieron a trotar, igual que si
hicieran footing. Ya no hablaron hasta que, menos de diez
minutos después, Adela señaló la calle a la que se aproximaban.
Nico estaba rojo, congestionado, sin aliento, a punto de desfallecer.
— Pues… me… nos… mal… -estalló al límite de sus fuerzas.
El número 2 de la calle Tunos era la primera casa. Se detuvieron en el
portal y la contemplaron dándose cuenta de que no sabían qué más hacer. La
pista sólo decía eso: calle Tunos número 2.
Miraron la hoja de papel por si había algo más.
— No dice nada. Sólo «Id a ese lugar» -mencionó Adela.
— ¿Dónde dejarías tú un sobre? -razonó en voz alta Luc.
— En el piso, seguro -sentenció Nico-. Y como no hay nadie…
— No puede haberlo dejado en el piso -dijo con más esperanza que
seguridad Adela
— Pues aquí no hay tablón de anuncios -suspiró Luc.
— ¡Pero hay buzones! -exclamó de pronto Nico.
Se precipitaron dentro. Los buzones estaban en la parte de la derecha.
Buscaron el del profesor Felipe Romero y cuando lo encontraron volvieron casi a
gritar de alegría: la parte superior de un sobre asomaba por la boca del
receptáculo metálico.
— ¡Sobre número 4, tachán! -lo extrajo Adela.
— Vamonos, rápido -pidió Nico.
Lo comprendieron al verle la cara. Seguían olvidando que su maestro estaba
muerto, cruelmente asesinado, y que ahora estaban en su propia casa. Salieron
de ella y se alejaron lo justo para no verla. Fue en una nueva esquina. Se
sentaron en el bordillo, entre dos coches aparcados. Adela fue la que abrió el
sobre y extrajo la hoja de papel cuadriculado. Los tres casi contuvieron la
respiración mientras leían:
PROBLEMA 4: Un hombre tiene 70 años y su hijo 20. ¿Cuántos años habrán de transcurrir
para que el padre triplique en edad al hijo?
PISTA PARA DAR CON EL SIGUIENTE SOBRE-. Buscad en la esquina
el [(37.624.806 — 19.592.905) x 2 +9.594.198]/200-226.289.
NOTA: Chupado, ¿vale? (¡Ja,
ja, ja!)
— ¿Qué clase de pista es ésta? -puso cara de asco Nico.
— Sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, hombre. Pan comido -le
hizo ver Adela.
— Pues el problema es bastante sencillo. Como que fue el único que
resolví rápido en el examen -dijo Luc.
— Y yo -afirmó Nico.
— Y yo -se apuntó al carro del éxito Adela.
Se miraron alarmados.
— Demasiado fácil, ¿no os parece?
— Bueno, de momento.
— Faltan cuatro problemas y tres pistas más.
Volvieron a leer el enunciado despacio, por si había alguna trampa en el
problema o en la pista. Todo siguió pareciendo la mar de sencillo.
Tal y como decía la nota al pie de la hoja.
— Encima de cachondeo -movió la cabeza horizontalmente Luc.
— Era un pasota -reconoció Nico.
— Venga, vamos -se estremeció Adela-. ¿Quién tiene el boli?
— ¡Tú! -le dijeron sus dos amigos al unísono.
Ella misma procedió a resolver la sencilla ecuación, aunque en esta ocasión
Luc y Nico le fueron soplando también los números, sólo para que quedara
constancia de que sabían hacerlo. Primero se planteó la incógnita:
70 + x = 3(20 + x)
Después iniciaron las operaciones. Primero:
70 = 3(20 + x) - x
Segundo:
70 = 60 + 3x - x
A continuación:
70 = 60 + 2x
En cuarto lugar, porque iban paso a paso, para no equivocarse:
10 = 2x
La penúltima operación:
10/2= x
Y por último:
5 = x
De donde se obtenía que X era igual a 5.
— 5 años -asintió Luc.
— Cuando el viejo tenga 75, el hijo tendrá 25, exacto -demostró su
habilidad mental Nico.
— Cuatro de cuatro. Estamos a la mitad -dijo Adela.
— Ahora la pista -la apremiaron.
— ¿Por qué no sumáis, restáis, multiplicáis y dividís vosotros?
-protestó la chica.
— Dame -se ofreció Nico.
— ¡Gracias, generoso! -adornó sus palabras ella con voz de vicetiple.
Nico situó las primeras cifras una encima de otra e inició los cálculos.
Los otros dos le controlaron para que no se equivocara con tanto número.
— ¡Anda que no es retorcido ni nada el Fepe! -resopló Nico al llegar
al final de las operaciones, incluida la división por 200, que había hecho
aparte.
— Pues tenemos otro numerito que ya me diréis -se quedó perpleja
Adela-. ¿Qué es 2.001 y en qué esquina hay que buscarlo?
Se encontró con las sonrisas medio burlonas, medio suficientes de sus dos
colegas.
— Venga, listos, soltadlo -suspiró.
— ¿No te dice nada eso del 2.001? -entonó meloso Nico.
— ¿Pero nada de nada de nada? -se puso cargante Luc.
— Pues no… -la cara de Adela cambió de golpe al hacerse la luz en su
mente. Delante mismo tenía la matrícula de un coche con una letra al comienzo,
dos al final y un número de cuatro cifras en medio-. ¡El coche del profe!
El Galáctico, el Odisea. Ni más ni menos.
Se pusieron en pie y miraron las cuatro esquinas de la calle. El viejo
armatoste de Felipe Romero estaba en la que hacía diagonal con la suya. Se
plantaron a su lado en dos saltos y miraron el interior.
El sobre señalizado con el número 5 se encontraba en el asiento del
conductor.
— ¿Y qué hacemos ahora? -dejó caer los hombros Adela.
— O rompemos una ventanilla o… -caviló inseguro Luc.
— No seas bestia, hombre -le espetó la chica.
— A él ya debe darle igual -dijo con un mucho de tristeza y un poco de
angustia el muchacho-. Y necesitamos…
Ahora el que los observaba sobrado era Nico.
Dejaron de discutir al notarlo.
— ¿Pero creéis que iba a poner el sobre ahí dentro para que no
pudiéramos cogerlo o qué? -se puso chulo él.
Y abrió la puerta del coche.
Tal cual.
— ¡Estaba abierta! -se sorprendió Adela.
— ¿Quién iba a querer robar este trasto? -lo justificó Luc.
Nico ya tenía el sobre. Cerraron la puerta.
Luego volvieron al bordillo para comenzar con su quinto problema.
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