(132 — 122 — 42 — 1)
SALIERON del solar y miraron a derecha e izquierda.

— ¿Qué, empezamos a correr sin más pegando gritos? -vaciló Luc.
— Nos tomarán por locos. Hay que dar con la poli -apuntó Nico.
— ¿Y si nos separamos y…? -comenzó a decir Adela.
Se calló. No querían separarse.
Nico aún llevaba el sobre en la mano.
— ¿Quieres
guardarte eso? -se estremeció Adela negándose a verlo.
El chico dobló el sobre y se lo introdujo en el bolsillo posterior del
pantalón.
Seguían en las mismas.
— ¡Hay que hacer algo! -insistió Luc.
— Vamos hacia la avenida -propuso Adela.
Era una idea y la aceptaron de buen grado. Echaron a andar hacia la
avenida, dos calles más allá. Tenían la vista fija en el suelo. Ninguno habló
hasta que divisaron la arteria urbana y su tráfico.
— Pobre Fepe -se mordió el labio inferior Adela.
— Qué fuerte, ¿no? -jadeó Nico por el esfuerzo y el susto que aún
impregnaba su voz.
— ¿Pero quién querría…? -dejó la pregunta sin terminar Luc.
— ¡Le ha matado la misma persona que nos había puesto de resultado
final para la prueba! ¡Eso significa que en el fondo él sospechaba algo!
-afirmó Adela.
— ¿Pero por qué no decírnoslo? ¿Por qué pretender que descubramos
nosotros al asesino? -apretó los puños Nico.
— No, lo que quería era que aprobáramos. Ha sido profe hasta las
últimas consecuencias -dijo Luc-. Puesto que se había tomado la molestia de
preparar todas esas pruebas, ha querido darnos la oportunidad de…
— ¿De qué? ¿De ser unos héroes? Porque otra cosa… -insistió Nico.
— ¡Mirad allí! -gritó Adela.
En la esquina de la avenida con la calle de la izquierda vieron un coche
patrulla de la urbana. Para el caso era lo mismo. Agentes de la ley.
— ¡Vamos! -echó a correr Luc.
Hicieron los cien metros en tiempo de récord mundial, cosa que a Nico le
sirvió para recordar que correr no era lo suyo. Cuando asaltaron el coche
patrulla, los nervios habían hecho de nuevo presa en ellos. Empezaron a hablar
todos al mismo tiempo.
— ¡Han matado a un hombre!
— ¡Allí, en el solar!
— ¡Rápido, vengan!
— ¡Era nuestro profe de mates!
— ¡Felipe, Felipe Romero!
— ¡No sabemos quién ha sido, pero le odiaba mucha gente!
— ¡Su ex novia, el Palmiro, los de la escuela, el director, algún
profesor…!
— ¡Tres tiros en el pecho!
— ¡Ha sido terrible!
Dejaron de hablar, más bien de gritar, y de dar saltos frente a la
ventanilla del coche de la urbana, cuando vieron que los dos agentes no movían
un solo músculo de sus caras.
Sólo les miraban como si fueran un atajo de dementes recién escapados del
manicomio.
— Oigan, ¿están sordos? -se enfadó Luc.
— Nosotros oímos perfectamente. La pregunta es si vosotros estáis de
guasa o qué -le endilgó en tono poco amigable uno de los agentes.
— Ha habido un asesinato. Han disparado a un hombre tres veces. Y está
allí, en el solar de detrás de esas casas -Adela señaló la dirección tras decir
aquello con una insospechada calma-. Ahora, ¿van a venir con nosotros o no?
El agente del volante miró a su compañero.
— Adelante -se encogió de hombros éste.
— Subid -les ordenó el conductor.
Obedecieron. Subieron atrás y se quedaron muy impresionados por estar donde
estaban. Lo malo era que si algún conocido los veía y le iba con el cuento a
cualquiera de sus madres, pensarían que les habían detenido a ellos.
Menuda gracia.
La imagen del Fepe muerto les hizo recobrar el peso abrumador de la
realidad.
— ¿Por dónde?
-quiso saber el conductor del coche patrulla.
— Por aquí -señaló Luc.
— ¿Y ahora?
— A la izquierda.
No conducía con excesiva prisa. Ni siquiera había puesto la sirena. Nico
estuvo a punto de recordárselo, pero prefirió no complicar las cosas. Acabarían
en comisaría prestando declaración hasta Dios sabía cuándo.
— Allá -dijo Luc.
— Yo no quiero verlo otra vez -empezó a temblar Adela.
— Venga, vamos -le pidió Nico-. Estamos juntos en esto, ¿no?
El coche patrulla se detuvo frente al solar.
— ¿Dónde está el fiambre? -preguntó con muy mal gusto el conductor.
— No se ve desde aquí -volvió a conducir la operación Luc.
Fueron los primeros en bajar. Los dos agentes les imitaron. Los cinco
echaron a andar despacio, ellos tres porque iban recuperando el miedo de la
escena anterior y la imagen destrozada de su profesor, o mejor decir ya ex
profesor, y los dos agentes porque no tenían más remedio que seguirles.
El avance se hizo más y más lento.
Sobre todo al llegar a las piedras y ver, a medida que se aproximaban, la
nueva e insólita realidad.
Que allí no había nadie.
— Ay… Dios -musitó en voz muy baja Adela.
— Ha… desaparecido -susurró en igual tono Nico.
— ¡No estaba muerto, seguro, y se ha arrastrado…! -empezó Luc a buscar
una respuesta lógica.
Llegaron hasta las piedras. Los tres buscaron lo mismo: el rastro de sangre
que tenía que haber dejado el profesor al arrastrarse hacia alguna parte.
Pero allí no había ni la menor gota de sangre.
— ¿Dónde está el fiambre? -repitió la pregunta el conductor.
— Estaba aquí -señaló Adela.
— Lo han limpiado, fijaos -les hizo notar Luc.
— Eso significa que… -balbuceó Nico.
— ¡Significa que nos habéis tomado el pelo y que se os va a caer a
vosotros! -empezó a gritar el otro agente.
Iban a echarles las zarpas encima.
Luc fue el primero en reaccionar.
— ¡Larguémonos!
Adela también lo hizo, casi en una fracción de segundo. Luc ya estaba a una
zancada cuando inició su carrera. Nico estuvo más torpe.
— ¡Ya te tengo! -cantó triunfal el conductor al sujetarle por el
cuello.
— ¡Nico! -gritó Luc.
El apresado pasó un momento de pánico. Sólo uno.
Se recuperó al oír la voz de su amigo. Fue como si recibiera una orden o
una descarga eléctrica. Se volvió, le dio una soberana patada en la espinilla
al de la urbana y, justo cuando éste empezaba a dar saltos sobre la otra
pierna, aún sin soltarlo, le propinó un segundo puntapié en ella.
La zarpa se abrió.
Y Nico ya no perdió ni un momento.
En su acelerada carrera casi atrapó a Luc y a Adela, que le llevaban una
buena ventaja, mientras por detrás los gritos de los dos agentes de la urbana
se elevaban en un paroxismo de furia por encima de sus cabezas.
Eso sí, no les dispararon como llegaron a pensar.
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