Recuerda...

"La inspiración existe, pero ha de encontrarse trabajando"

viernes, 6 de julio de 2012

Capítulo 16



(Mitad de los cuadros negros de un tablero de ajedrez)
JOSÉ vestía siempre de azul, pues llevaba una bata de ese color, un guardapolvos que era como su uniforme laboral. Y vivía en una casita de color verde, en la parte trasera del colegio. No era un espía, sino una muy buena persona, pero, teniendo que cuidar del orden en un centro tan grande, a veces se veía en la necesidad de ponerse duro para que no le tomaran el pelo y, si había que decir algo al director, lo hacía. La inmensa mayoría le apreciaba mucho.
— ¡Vamos a terminar en las olimpíadas!
— ¡No había corrido tanto en la vida!
— ¡Pero ya sólo nos quedan dos problemas!
— ¡Nico, no te quedes atrás!
— ¡Ya os alcanzaré!
— ¡Y un pimiento! ¡Corre!
— ¡Esto es una venganza!
— ¡Se nos acaba el tiempo!
El reloj de la iglesia se lo recordó. Así que hasta Nico redobló sus esfuerzos. Después de todo, era el héroe de la última pista. Eso le daba alas.
Llegaron al colegio en otro tiempo récord y lo rodearon por la parte de la derecha, que era la más corta. Cuando vieron la casita de color verde del señor José, con la puerta y las ventanas cerradas, se alarmaron una vez más. Apenas si podían hablar.
— ¿Y… si no… está?
— ¡Pues estará… en el colé!
— Si la pista decía… casa verde, espía azul, José y pista 7, es porque… estará ahí, seguro. El Fepe planeó esto… muy bien.
— Si no hubiera sido por la casualidad de que le matase el mismo que él tomó para el dichoso jueguecito…
Cada vez que recordaban que el artífice de todo aquello estaba muerto, su ánimo se enfriaba y se sentían fatal.
Pero ahora lo que les empujaba era la feroz determinación de vengarle.
Llegaron a la casa. Luc tocó el timbre. Esperaron ansiosos, jadeando por la carrera que se habían dado.
Pronto oyeron unos pasos detrás de la puerta y respiraron aliviados. Pero cuando la hoja de madera se abrió, la que apareció en el quicio era la esposa del señor José, la señora Eulalia.
— Hola, ¿qué queréis? -les sonrió dulce aunque extrañada.
— Ver a su marido.
— Sí, al señor José.
— ¿Está?
Como los tres hablaron al mismo tiempo, la mujer tardó un par de segundos en reaccionar.
— Voy a buscarle. Esperad aquí. Está en la parte de atrás haciendo no sé qué.
Los dejó solos en la puerta, nerviosos, inquietos.
Luc miraba un edificio en construcción, cerca de donde se encontraban. Las máquinas echaban hormigón en unos enormes planchés. Casi por asociación, recordó el cuerpo ensangrentado del profesor de matemáticas y su sorprendente desaparición.
— ¿Y si está en un lugar así?
— ¿Quién? -inquirió Adela.
— El profe de mates.
— ¿Dónde?
— Metido en hormigón.
— ¡Ay, calla! -se estremeció Adela.
— ¿Dónde habrá llevado el asesino el cadáver?
— Lo habrá escondido, fijo -intervino Nico, ya más recuperado.
— Es lo que digo yo -continuó Luc-. Si el asesino va a huir a las seis, tiene que procurar que nadie encuentre el cuerpo no sólo antes de esa hora, sino incluso en días.
— Lo habrá echado a un vertedero -afirmó Nico.
— O lo habrá quemado -aportó otra teoría Luc.
— O lo habrá descuartizado -siguió Nico.
— O…
— ¿Queréis callaros? -gritó Adela espantada-. ¡Sois unos bestias!
— Bueno, son ideas -argumentó Luc.
— ¿Y tú lees novelas policiacas? -se extrañó Nico.
— ¡Es distinto, en las novelas no conozco a la persona muerta!
Luc no estaba dispuesto a renunciar a sus disquisiciones mentales.
— Hay algo más -apuntó-. Está claro que el asesino es un hombre.
— ¿Por qué? -quiso saber Nico.
— Porque no pudo llevárselo una mujer, pesaba demasiado -fue categórico-. Estábamos en mitad del solar.
— Y no sólo lo hizo, sino que además limpió la sangre del suelo en unos minutos -intervino ahora Adela más interesada.
— ¿Y si era una mujer fuerte?
— No tuvo tiempo.
— ¿Y si tenía un cómplice?
Fue automático. Los tres miraron recelosos e inseguros más allá de los muros del colegio, por si notaban algo raro. Alguien con unos binoculares o cualquier cosa parecida. Tal vez un rifle de precisión con mira telescópica.
Se llevaron un buen susto cuando oyeron la voz sonora y rotunda del señor José, habituado a gritar y a imponerse con fuerza mediante su tono.
— ¡Hola, chicos!
Se volvieron y le miraron. Vestía su habitual mono azul. Y sonreía.
— Os estaba esperando -dijo el hombre.
— ¿Ah, sí?
— Me dijo el señor Romero que vendríais y que os entregara esto.
El sobre señalizado con la última pista y el problema 7.
— Gracias -Adela alargó la mano.
— Un momento, un momento -lo retuvo en la suya-.
Me dijo que os lo diera si llegabais antes de las seis.
— Aún no son las seis -aseguró Luc.
— Falta mucho para las seis -dijo vehemente Nico, aunque la verdad era que apenas si restaba ya una media hora.
— Entonces aquí está -extendió su mano con el rectángulo de papel.
Adela lo atrapó.
— Gracias, señor José -iniciaron la retirada.
— ¿Se puede saber en qué demonios andáis metidos? -ladeó la cabeza con la ceja del ojo izquierdo arqueada el celador del colegio.
— Es muy largo de contar.
— Pues el profesor Romero parecía muy feliz y contento cuando me dio ese sobre.
— Es que…
No supieron qué decirle.
Y el tiempo apremiaba. Ahora muy en serio.
— ¡Nos veremos el lunes!

Echaron a correr, salieron del colegio y volvieron a la esquina en la que habían resuelto los primeros problemas. Cuando aterrizaron en el suelo, bajo su amparo, Adela ya estaba abriendo el sobre con mano nerviosa.
— Vamos, lee, lee -se murió de nervios Luc.
Y leyó:

PROBLEMA 7: ¿Cuánto mide la diagonal A-B?



PISTA PARA DAR CON EL ÚLTIMO SOBRE-. El último sobre, queridos míos, está en una estatua. ¿Cuál? Si la encontráis y aún tenéis tiempo, podréis conseguir el sobre y resolver el último problema. Si os equivocáis de estatua y vais justos, no lo conseguiréis. Así que atención. Hay dos posibles estatuas, la del parque, que está a diez minutos a la carrera en una dirección, y la de la plaza, que está a diez minutos a la carrera en dirección opuesta. Seguramente sólo tendréis una oportunidad. ¿Cuál es la estatua buena? Si sabéis resolver la pista final, lo sabréis.

Pista: Un explorador se encuentra con dos indígenas pertenecientes a dos tribus distintas. Una tribu es la de los falsos, que siempre mienten, y otra la de los auténticos, que dicen siempre la verdad. Uno de los indígenas es alto, y el otro bajo. El explorador les pregunta: «¿Dónde está la estatua con el sobre de la última prueba?». El indígena bajo le dice: «En el parque». Y el indígena alto le responde: «En la plaza». Pero, ¿cuál de los dos miente y cuál dice la verdad? Para saberlo, el explorador les hace dos nuevas preguntas. Al más alto lo interroga así: «¿Eres de la tribu que siempre dice la verdad?». Y el indígena alto le contesta: «Sí». Entonces pregunta al más bajo: «¿Ha dicho la verdad?». Y el más bajo le responde: «No». ¿A cuál hay que creer, al alto o al bajo? Si lo sabéis, sabréis dónde está el sobre.

NOTA: Si habéis llegado hasta aquí, ¿vais a fallar ahora? ¡Animo!

Como otras veces, la complejidad de la pista les desbordó y se olvidaron del problema.
— ¿Pero qué tontería es esa de la verdad y la mentira?
— ¡Qué pasada!
— ¿Cómo vamos a saber cuál dice la verdad y cuál dice una mentira, por Dios?
— Vamos, vamos, que es la última pista…
— Si nos equivocamos de estatua, ya no tendremos tiempo de ir a la otra, resolver el problema y dar con el asesino. ¡Hay que acertarla!
— ¿Y si probamos a suertes? ¡Es el cincuenta por ciento!
— Después de lo que nos ha costado llegar hasta aquí usando la cabeza, ¿quieres arriesgarte al final con la suerte?
Luc trató de poner calma.
— ¿Y el problema? -dijo.
— Está chupado, se resuelve con una ecuación de nada -dijo Adela-. La suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa, ¿lo habéis olvidado?
— ¿Seguro? -dudó Nico.
— Seguro.
— A ver.
Le pasó a su amiga el bolígrafo, que había conservado en su poder. Adela comenzó a buscar la hipotenusa del triángulo formado por A, B y C, contando los espacios existentes entre A y C por un lado y B y C por el otro.
Luc miró fijamente el dibujo y esbozó una súbita sonrisa.
— No hace falta que multipliques ni sumes ni restes nada -le dijo.
— ¿Ah, no? ¿A ver?
— El resultado es 16. -¡Sí, hombre!
— Te digo que es 16. -¿Cómo lo sabes? -balbuceó Nico.
— Es un truco para hacernos perder tiempo. ¿No veis que la línea A-B es exactamente igual que la que pudiéramos trazar de C a D, y que en este caso es el radio de la circunferencia, que es 16?
Adela se dio cuenta de que Luc tenía razón.
— ¡Muy bien! -se sorprendió. -¡Fantástico! -asintió Nico.
— Pues hemos ganado unos minutos preciosos -reconoció la chica-. Si adivinamos cuál de los dos indígenas dice la verdad…
Se concentraron en el acertijo de las dos tribus.
— Si el alto dice la verdad, el bajo… -comenzó a razonar Luc.
— Pero si dice una mentira y el otro… -intentó seguir el hilo de un razonamiento lógico Nico.
— Supongamos que es el bajo el que miente -buscó un camino para descifrar aquel enigma Adela.
Se sintieron perdidos.
Y el tiempo ya corría en su contra.
Diez minutos hasta una de las dos estatuas, más el tiempo de resolver el último problema, más lo que tardaran en atarlo todo y luego ir a donde estuviese el asesino para vigilarle, seguirle o denunciarle antes de que escapara…
— No vamos a conseguirlo -se hundió Nico.
— Es demasiado complicado, tendremos que arriesgarnos -propuso Luc-. Voto porque vayamos a la plaza.
— No, no… -se aferró a sus deducciones Adela-.
Dejadme pensar. No digáis nada.
Se callaron.
— Veamos… Cuando el alto dice que sí… Supongamos que es de la tribu que dice la verdad. Eso significaría que sí, que dice la verdad. Pero si es de los mentirosos… debe mentir y entonces… ¡la respuesta seguiría siendo que sí!
Estaban blancos.
— Luego… -intentó continuar Luc sin conseguirlo.
— Luego si el bajo ha dicho que no, que el alto no ha dicho la verdad…, ¡él también está diciendo la verdad al asegurar que su compañero es un mentiroso!
Luc y Nico se habían perdido, pero les bastó ver el entusiasmo de Adela para saber que ella estaba segura de sus deducciones detectivescas.
— ¡El alto miente y el bajo dice la verdad! ¡El sobre está en la estatua del parque!
De vuelta a la carrera.
Pero estando tan y tan cerca, ninguno hizo oír la menor protesta. Cada segundo contaba.
Y en diez segundos ya no eran más que tres puntitos en el horizonte urbano, corriendo enloquecidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario