
— No creo que nos haga un nuevo examen -dijo Luc.
— No, eso no, pero a lo mejor nos monta unas pruebas rápidas aquí
mismo, como hizo ayer -consideró Nico.
— Pareces de mejor humor -sonrió Adela-. ¿Sabéis una cosa? Ayer les
hice lo de adivinar el número a mis padres, ¡y no fallé ni una vez! Se quedaron
pasmados.
— Yo hice lo del número de monedas par o impar -la secundó Nico-.
También me salió de fábula.
— Yo le puse a mi hermana la multiplicación del cero y me quedé con
ella -recordó Luc.
Parecían satisfechos de sus pequeñas victorias.
— ¿Por qué no nos contó esas cosas en clase? -lamentó Adela-. ¿Por qué
en clase todo son problemas, fórmulas y cosas así? Si enseñaran matemáticas
jugando sería diferente, seguro.
Luc y Nico asintieron con la cabeza. Estaban de acuerdo.
Felipe Romero apareció de pronto caminando a buen paso, con el rostro
animado y mucho nervio en sus movimientos. Parecía buscarles también a ellos,
porque al verles levantó una mano y fue en su dirección. Los tres se quedaron
sin aliento viéndole avanzar con su largo pelo ondeando al viento y su aspecto
desmadejado.
— La suerte está echada -proclamó Adela, repitiendo una frase del
protagonista de una de sus novelas policiacas favoritas.
Felipe Romero se detuvo frente a ellos. No dejó de exhibir su sonrisa de
triunfo. Mantuvo el suspense todavía unos segundos.
— ¿Qué, qué? -le alentó Adela, muy nerviosa.
— Voy a daros esa segunda oportunidad -proclamó.
— ¿En serio? -se quedó pálido Nico. -¿Hemos aprobado todo lo demás?
-abrió la boca Luc.
— Sí, pero esto es un secreto entre los cuatro, ¿de acuerdo?
Oficialmente yo no os he dicho nada. No puedo hacerlo.
— ¿Y qué les ha dicho usted cuando le han preguntado por nuestras
notas en matemáticas? -quiso saber Adela.
— Pues que anoche estaba enfermo y no pude corregir los exámenes -se
resignó-. Ni que decir tiene que me han puesto a caldo.
— Se la ha jugado por nosotros -exclamó Adela emocionada.
— ¿Vale la pena o no? -la interrogó el maestro.
— Desde luego es un tío legal -dijo Nico.
— Nadie ha hecho nunca algo así por mí -atestiguó Luc.
— Pues ahora depende de vosotros que la jugada me salga bien o no.
¿Queréis la segunda oportunidad?
— Sí -manifestaron los tres sin dilación.
— Os advierto que no será fácil -les previno-, pero también os digo
que será lo que os dije ayer: un juego.
— ¿No nos hará un examen?
— No, Adela. Los exámenes os bloquean, ¿no? Pues nada de exámenes.
Esto va a ser distinto, aunque también habrá un límite de tiempo y os juro que
os haré sudar la gota gorda. Nada de cinco problemas. Van a ser quince.
— ¿Quince? -casi gritaron al unísono.
— Habrá ocho
pruebas matemáticas y siete de ingenio, de aprender a pensar y a razonar. Si no
resolvéis una prueba de ingenio, no podréis llegar a la siguiente pista y al
siguiente problema. Ése es el truco. Pero, desde luego, para una experta en
criminales -miró a Adela-, un experto en máquinas y batallas galácticas -miró a
Luc- y un resolutivo y rápido jugador de videojuegos -miró a Nico-, esto
debería ser pan comido. Coser y cantar.
Alucinaban. Primero por lo de la segunda oportunidad, después por el
entusiasmo del Fepe y tercero por lo de las quince pruebas.
O se había vuelto loco… o hablaba en serio.
Y daba toda la impresión de ser esto último.
— ¿Cuándo lo haremos? -preguntó Adela.
— Mañana sábado nos veremos en el descampado a las nueve de la mañana
y os llevaré la primera pista y el primer problema. He de poner el resto en las
distintas partes de la gymkhana matemática que vais a llevar a cabo.
— ¡Ay, Dios! -gimió Nico.
— ¿No puede adelantarnos algo? -propuso Luc.
— Está bien -se resignó el profesor-. Venid aquí.
Fueron a un rincón del patio. Había demasiada animación en todas partes por
el fin de los exámenes, la inminencia del fin de semana que empezaba por la
tarde y la aún más fuerte de las vacaciones de verano a la vuelta de la
esquina.
Cuando estuvieron tranquilos y apartados de todo el mundo, Felipe Romero
comenzó su exposición:
— Imaginaos que me matan -dijo con una sonrisa irónica-. ¿Qué se hace
en estos casos?
— Se interroga a los sospechosos -fue rápida Adela. -¿Por qué no
resolver el caso con matemáticas? A fin de cuentas todo es cuestión de ellas,
además de física y química. Sólo el asesino ha estado a la misma hora y en el
mismo lugar que el asesinado. Hay un motivo, una emoción, una energía. Lo que
os propongo es simple: me inventaré a alguien que quiera matarme, lo cual no es
difícil teniendo en cuenta la de gente que me tiene manía.
— Y que lo diga -apostilló Nico.
Adela le dio un codazo.
— No, no te preocupes, Adela. Nico tiene razón -se encogió de
hombros-. No podemos gustar a todo el mundo por igual, ni caerles bien a los
demás al cien por cien. Es ley de vida -recuperó el hilo de su explicación-.
Así pues, una persona me asesina. Yo os dejaré pistas en diversas partes que
conozcáis para dar con los ocho problemas matemáticos que os darán las ocho
respuestas de cuya combinación saldrá el nombre de mi asesino. Es muy sencillo.
— ¿Sencillo? -puso cara de espanto Nico.
— Si fallamos en una pista no daremos con el siguiente problema. O
sea, que si no resolvemos la primera ya ni vamos a llegar al segundo punto
-dejó sentado Luc.
— Ése es el reto -dijo Felipe Romero.
— Pero serán sencillas, ¿no? -manifestó insegura Adela.
— Creo que sí, pero todo depende de vosotros. Hemos pasado un curso
entero haciendo esas cosas más o menos igual -insistió el maestro-. En este
caso, sin embargo, no perdáis de vista lo esencial: jugad. No penséis en
problemas, sino en acertijos y adivinanzas. Las pistas para dar con los
problemas son de pura deducción, no de matemáticas.
— Pero entonces…
— Las reglas son mías -recordó él-. ¿O creéis que porque me caéis
simpáticos voy a ponéroslo fácil? ¿A cuántos conocéis que hayan tenido una
segunda oportunidad para aprobar matemáticas en junio?
Eso sí era de una lógica aplastante.
Era todo o nada. Jugar o… suspender.
— Usted disfruta con esto, ¿vale? -dijo Adela con los ojos brillantes.
— Como un enano -reconoció Felipe Romero.
— La persona que le habrá matado, ¿la conoceremos? Lo digo porque a lo
peor no sabemos quién es y pensamos que nos hemos equivocado y… -vaciló Luc.
— No os preocupéis por ello. No es importante, pero… sí, voy a poner a
alguien que conozcáis para darle más emoción al asunto.
— El Palmiro o su ex -aventuró Nico.
Adela volvió a darle un codazo.
— ¡Vale ya, tía! -se enfadó su amigo-. ¿Qué he dicho?
Sonó el timbre del final del recreo. El profesor de matemáticas se separó
de su lado.
— ¿De acuerdo entonces?
— De acuerdo -aceptó Luc.
Felipe Romero les enseñó todos sus dientes, de abierta que fue su sonrisa
final.
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